Por fin estas a salvo. Las puertas están abiertas, te están esperando. Puedes escuchar el inquietante sonido de aquella gaita en la segunda planta, los gritos de la corte malhumorada en la primera o incluso las risas de los empleados en la tercera. Todo aquello tan familiar. Te encanta, es tu casa. Tras años y años de viaje, por fin has regresado. Notas los seis años de historia de esa fortaleza escondida entre los árboles, al lado de un lago de aguas cristalinas, como si fuera magia; y te das cuenta de lo mucho que la has echado de menos.
Pero no está al completo, falta algo, mejor dicho, alguien. La buscas. ¿Dónde se habrá metido? Te pones nervioso, gritas, corres de un lado para otro sin saber qué hacer, sin pensarlo en realidad. ¿Y si le ha pasado algo en tu ausencia? Sientes miedo, pero continuas buscando.Y allí, la ves, a la dama de verde que tanto echabas de menos, llorando. No puedes entender su expresión; tristeza, sorpresa, alegría, tantas emociones en tan poco tiempo. No tienes ni idea de aquello que estará cruzándose por su mente en este momento, pero tampoco te importa. La abrazas. Ahora todo ha vuelto a la normalidad, has conseguido lo que querías y no lo vas a dejar escapar por nada del mundo.
Y por fin, respiras. Respiras al ver toda aquella belleza. El verde intenso de los jardines botánicos a los alrededores del castillo, el azul cian del cielo inundado por enormes manchas blancas, la baraja de colores de las flores; y el brillo azulado del lago. Es todo lo que necesitas. Es tu hogar.
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