Invierno. Puro, frío, hermoso. Todo el mundo degrada el invierno a una estación más, de esas que realmente solo están ahí porque llega una mejor después. Pero el invierno tiene su magia, tiene su encanto, es puro amor. Sueña. Escapa. Corre. ¿Ves la escarcha de los árboles, la nieve en el suelo? Cuánta dulzura. Quédate quieto. Observa.
¿Le oyes aullar? Mírale, está escondido detrás de un árbol, observándote, con esos ojos amarillos, llenos de fuerza, llenos de libertad. Te invita a ir con él, sabe que eres su amigo y no su enemigo, se fía de ti, quiere huir contigo, es como si siempre te hubiera estado esperando. Quieres convertirte. Quieres correr junto a él. Volar por la nieve con esas cuatro patas. Resistiendo. Respirando. Sintiendo el aire fresco. O ser como esas águilas imperiales que vuelan buscando un lugar donde vivir, donde crear su propia familia. ¿Lo sientes? Es la fuerza del invierno penetrando tu piel, llenando de vida tu sangre, tu corazón. Como un espíritu que inunda tu alma.
Ahora lo ves todo con claridad, tu oído se ha aguzado, tu visión se ha multiplicado por siete, tus manos convertidas en garras se adhieren mejor al suelo, y, ¡ah! ¡tu precioso pelaje blanco!, tan exuberante,que te aporta la protección que necesitas para sobrevivir aquí, en el invierno. Corres. Por fin eres libre. Y entonces te paras, solo un momento, y miras atrás. Miras atrás porque sabes que es la última vez que la vas a ver, allí está y estará siempre, con sus tráfico, con su vida estresante, con sus ataduras, la gran ciudad. Y ya te decides, no tienes elección, siempre has querido ser libre, siempre has querido correr. Y corres. Hacia el inmenso blanco que te rodea. Junto a él. Sin que nada importe.
¿Le oyes aullar? Mírale, está escondido detrás de un árbol, observándote, con esos ojos amarillos, llenos de fuerza, llenos de libertad. Te invita a ir con él, sabe que eres su amigo y no su enemigo, se fía de ti, quiere huir contigo, es como si siempre te hubiera estado esperando. Quieres convertirte. Quieres correr junto a él. Volar por la nieve con esas cuatro patas. Resistiendo. Respirando. Sintiendo el aire fresco. O ser como esas águilas imperiales que vuelan buscando un lugar donde vivir, donde crear su propia familia. ¿Lo sientes? Es la fuerza del invierno penetrando tu piel, llenando de vida tu sangre, tu corazón. Como un espíritu que inunda tu alma.
Ahora lo ves todo con claridad, tu oído se ha aguzado, tu visión se ha multiplicado por siete, tus manos convertidas en garras se adhieren mejor al suelo, y, ¡ah! ¡tu precioso pelaje blanco!, tan exuberante,que te aporta la protección que necesitas para sobrevivir aquí, en el invierno. Corres. Por fin eres libre. Y entonces te paras, solo un momento, y miras atrás. Miras atrás porque sabes que es la última vez que la vas a ver, allí está y estará siempre, con sus tráfico, con su vida estresante, con sus ataduras, la gran ciudad. Y ya te decides, no tienes elección, siempre has querido ser libre, siempre has querido correr. Y corres. Hacia el inmenso blanco que te rodea. Junto a él. Sin que nada importe.
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