Qué bonita es la vida cuando estás en la playa, en un bosque, en el campo. Cuando todo pinta bien. Cuando has conseguido escapar, pero, ¿qué pasa cuando estás atrapado? Cuando estás en una cueva y solo hay dos caminos, hacia delante o hacia atrás. Pero no tienes energía, no tienes fuerzas, no puedes continuar. Tampoco puedes volver a atrás porque la pared se ha derrumbado detrás tuya. Y entonces empiezas a buscar algo a lo que atenerte, una mirada, un gesto, un suspiro,... un punto de equilibrio que te haga seguir en pie. Pero no lo encuentras porque en realidad todo está en tu contra. Así que caes, te caes al suelo. Está frío, como todo en esa cueva. Notas las pequeñas piedrecitas en debajo de ti que te hacen daño, desgarrando las telas de tu ropa. Y gritas, gritas en silencio. Por un segundo, no te mueves, buscas algo que te levante, pero no lo encuentras porque en esa cueva no hay nada. Estás solo. Te quedas parado. Intentas decidir qué hacer. ¿Qué demonios hacer? Pero, al final, ves luz. La ves lejana pero la ves. Porque en el fondo está ahí, escondida, esperando, solo hay que buscar un poquito. Así que la empiezas a buscar porque sabes que aunque no llegues, lo que no te mata te hace más fuerte.
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